jueves, 16 de octubre de 2014

LEONARDO PADURA. ADIÓS A HEMINGWAY



En la memoria de Mario Conde todavía brilla el recuerdo de su visita a Cojímar de la mano de su abuelo. Aquella tarde de 1960, en el pequeño pueblo de pescadores, el niño tuvo la ocasión de ver a Hemingway en persona y, movido por una extraña fascinación, se atrevió a saludarlo. Cuarenta años más tarde, abandonado su cargo de teniente investigador en la policía de La Habana y dedicado a vender libros de segunda mano, Mario Conde se ve empujado a regresar a Finca Vigía, la casa museo de Hemingway en las afueras de La Habana, para enfrentarse a un extraño caso: en el jardín de la propiedad han sido descubiertos los restos de un hombre que, según la autopsia, murió hace cuarenta años de dos tiros en el pecho. Junto al cadáver aparecerá también una placa del FBI.
Mientras Conde trata de desentrañar lo que sucedió allí la noche del 2 al 3 de octubre de 1958, la novela nos permite asistir a los últimos años del escritor norteamericano, a sus obsesiones, miedos y a su entorno habanero, desde donde refulgen algunos objetos inquietantes, como ese revólver del calibre 22 que el escritor guarda envuelto en una prenda íntima de Ava Gardner.
Con el mismo tono crepuscular y melancólico de La neblina del ayer, y la misma eficacia envolvente de sus novelas anteriores, Adiós, Hemingway es un ajuste de cuentas de Mario Conde con su vida y con sus ídolos literarios, pero también una punzante e inolvidable recreación del Hemingway ególatra y contradictorio, acorralado por sus recuerdos y remordimientos, en los días previos a su suicidio.
               
            He coincidido con Padura un par de veces en Semana Negra de Gijón, pero por aquellas cosas del tiempo, que es egoísta y caprichoso, nunca me acerqué ni a él ni a su literatura.
            Fue en Atocha, esperando un tres que habría de devolverme al mar del sur, que yo iba leyendo a Sara Blaedel y una amiga no llevaba lectura, que entré en el quiosco (el único) de la estación de Madrid y vi a Padura y me pregunté ¿por qué no? Pensé que ya era hora de leerle. No es que yo le hiciera ningún favor comprando su magínfica Adiós a Hemingway, el favor me lo hizo él al abrirme los ojos a una manera de escribir novela de detectives con una cadencia y un ritmo muy cercano a la poesía, pero sin olvidar los elementos que caracterizan a cualquier buen libro de investigación.
            Con Padura no es que me introdujera en un mundo en el que Mario Conde intentara averiguar si Hemingway mató o no a un agente del FBI. Un cadáver aparece en la que fue la hacienda del escritor norteamericano en Cuba, provoca que el detective Mario Conde (mal nombre para un detective que nos lleva a un tocayo menos atractivo) nos arrastre por los últimos días de uno de los escritores más controvertidos de la historia de la literatura universal.
            Padura nos presenta a un Hemingway acabado, al borde de la locura. Un Hemingway incapaz de escribir y que ama a las armas más que a su propia esposa. Lo que consigue el escritor cubano con esta novela es una novela metaliteraria con los mejores trazos de la novela de detectives clásica, pero sin caer en los estereotipos. Las pruebas pueden ocultarse durante un tiempo; incluso, la verdad puede ser enterrada para siempre si con ello se mantiene a salvo la imagen de un fragmento de la novela de todos los tiempos.
            Esta novela que se publicó en España por primera vez en 2006, es ahora rescatada por Maxi Tusquets para deleite de todos los que amamos la novela negra. Aún más, para todos los que no podemos sobrevivir sin la buena literatura.

            

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